Creo en la ética del silencio. Creemos en la tentativa de estar para el otro desde una ausencia, una nada, un grado cero apartados del sitio del saber y comprensión en que el paciente/cliente muchas veces espera ubicarnos. No sumergimos en el silencio de nuestra voz, nuestra afectividad, nuestra palabra ni nuestra música, sino nuestro saber accediendo a la potencia que otorgan los actos posibles.
Un acto, una idea, irrumpe en lugar de lo que había y allí esá la singularidad de su belleza. A esto lo llamamos la estética de la transformación.
La problemáticas así compartidas ponen al servicio la experiencia, la inteligencia y la imaginación de todos y el acto de supervisar/facilitar multiplica su potencia.
La facilitación es un intercambio donde las diferencias de saberes constituyen la condición de posibilidad.
Por Diego Tatú Penas
Facilitador y musicoterapeuta